Cuando los treinta se acercan…


 

Desde que alcanzamos la mayoría de edad y estudiamos una carrera no cesamos de repetir que no le aguantamos mierda a un hombre, todo como frase clichés del modernismo, de un maldito feminismo que nos acecha. Vivimos solas, tenemos un carro y un trabajo superior al de nuestra pareja, disfrutamos la vida, pagamos nuestra cuenta y nos olvidamos de aquellos sueños de niñas de llenar la casa de niños y de hacerle cena a un marido. Eso de querer casarse vestida de blando, virgen y a los veinte y algo, es sólo historia de novela. Ya no esperamos príncipes que nos rescaten. Antes de los treinta nos importa un pepino que algún tonto quiera casarse, eso nos provoca carcajadas. Aun estamos pendientes de la maestría, de comprar un nuevo apartamento, de cambiar el carro y eso de vivir en pareja, cocinar todos los días, lavar ropa, arreglar corbata y tender la cama es asunto de nuestros antepasados.

Sex in the city marco una pauta, relato con exactitud la vida de una mujer moderna, esa misma vida que nos hace tan independientes que muchas veces nos arruina el amor. Nos volvemos egocéntricas, sólo pensamos en escalar a nivel social o profesional y poco nos importa una boda o un anillo de compromiso. Nuestras tías, abuelas o madres tan frustradas como cansadas de aguantar cuernos no cesan de repetir que nunca nos dejemos pisotear por un hombre y de hecho nos prohíben ser flexibles o sumisas cuando de amantes se trata. Las mujeres autosuficientes o auto demandantes pedimos demás. Exigimos tanto que muchas veces creo que las jamonas estarán de moda. Cada día el no asumir compromisos nos hace mujeres frías y poco comprometidas con un vínculo familiar. Lo peor no es ser autosuficiente, lo peor es que demandamos tanto que cuando nos llegan los treinta nos desesperamos, nos olvidamos de los parámetros, de los requisitos, de la exigencias y recorremos el mundo detrás de un susodicho que por fin nos pida matrimonio y nos libre de una soledad resignada y nos quite de la lista de solteras amargadas.